Consumo y ciudadanía
Por Manuela Aguilera
La ciudadanía no consiste únicamente en tener derechos, sino también en
tener la capacidad y las oportunidades efectivas que garanticen su ejercicio.
En la actualidad hay personas que entienden que ejercer los derechos
políticos de votar y ser votado o tener derechos sociales esenciales como la
educación o la salud gratuitas no es tan importante para el ejercicio de la
ciudadanía como la posibilidad de consumir bienes materiales, incluso cuando
para tenerlos queden menoscabados los derechos políticos. Hemos convertido el
espacio sociopolítico o la “ciudad” entendida como espacio donde ejercer y
disfrutar la ciudadanía, en un mercado. Ya no somos ciudadanos y ciudadanas,
sino consumidores, es decir, una nueva especie con dos patas cuya finalidad
fundamental en la vida consiste en ser un tragaldabas.
En una sociedad que con precisión se denomina “de consumo” podríamos decir
que consumir, o no consumir, o consumir de una determinada manera, es una forma
de participar. Incluso podría decirse, en más de un sentido, que nuestra
capacidad de consumir es lo que nos constituye en sujetos políticos. Esto
significa que el poder ciudadano se limita al poder adquisitivo.
Es decir, que quien no tiene capacidad de acceder a los objetos de consumo no
es nadie, es, literalmente, insignificante. Es invisible. Se diría que en la
sociedad de consumo el mercado es ahora el auténtico detentador de ciudadanía.
Hoy, los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos
contra la sociedad. Las cosas–como dice Galeano—“tiene atributos humanos:
acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el
amigo que nunca falla”. Y las cosas no solamente pueden abrazar, embellecerte,
hacerte mejor persona… ellas también pueden ser símbolos de ascenso social,
salvoconductos para moverse en una sociedad de clases, llaves de acceso a
identidades soñadas. ¿En quién quiere usted convertirse comprando este coche?
El problema es que el acceso a los bienes o a esta forma de vivir y
consumir que se ha instaurado en los países ricos no es una forma de vida
universalizable, no puede ser para todos…. La quinta parte de la población del
mundo consume el 85% de los bienes mundiales y el quintil más pobre ha de
conformarse con menos del 2%.
Por otra parte, detrás de nuestras compras y consumos hay una historia
personal, cultural, social, económica, política y medioambiental. Están
nuestros deseos y necesidades, el entorno social, las condiciones laborales y
de vida de quienes fabrican y producen bienes, los recursos naturales gastados,
las empresas beneficiadas y su influencia política, los residuos y
contaminación generados…. Y con frecuencia escuchamos apelaciones a nuestra
condición de consumidores para tratar de transformar el mundo en que vivimos.
Se nos recuerda que con nuestras decisiones de consumo contribuimos a generar y
perpetuar estructuras opresivas para los trabajadores, o destructivas del medio
ambiente, que el que unos pocos consumamos tantos recursos hace que otros no puedan
disponer de lo mínimo necesario, que el consumismo fomenta la injusticia y la
desigualdad y se nos recuerda que si cambiásemos nuestras pautas de consumo
individual orientándolas con criterios éticos y responsables, estaríamos
facilitando la formación de un mundo más justo y habitable. Pero este
planteamiento no es del todo acertado. Con él se está sugiriendo una salida
individual y privada a algo que está reclamando a voces una respuesta colectiva
y de carácter público. Si se quiere ser eficaz contra la sociedad de consumo,
habría que lograr un status de ciudadano preocupado por las cosas públicas. Ahí
es donde también las organizaciones y redes de consumo tendrían que centrar su
atención. Menos en lo que un consumidor individual debería hacer (aunque no
deja de ser importantísimo que sea consciente y crítico), y centrarse más en lo
que –como ciudadanos organizados—pueden exigir políticamente en relación al
consumo. En definitiva, exigir el derecho a ser ciudadanos, o sea, a decidir
cómo se producen, se distribuyen y se usan los bienes en beneficio de todos, en
todos los lugares del planeta, sin orillados y sin excluidos del pastel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario