miércoles, 21 de noviembre de 2012


Consumo y ciudadanía
Por Manuela Aguilera

La ciudadanía no consiste únicamente en tener derechos, sino también en tener la capacidad y las oportunidades efectivas que garanticen su ejercicio.

En la actualidad hay personas que entienden que ejercer los derechos políticos de votar y ser votado o tener derechos sociales esenciales como la educación o la salud gratuitas no es tan importante para el ejercicio de la ciudadanía como la posibilidad de consumir bienes materiales, incluso cuando para tenerlos queden menoscabados los derechos políticos. Hemos convertido el espacio sociopolítico o la “ciudad” entendida como espacio donde ejercer y disfrutar la ciudadanía, en un mercado. Ya no somos ciudadanos y ciudadanas, sino consumidores, es decir, una nueva especie con dos patas cuya finalidad fundamental en la vida consiste en ser un tragaldabas.


En una sociedad que con precisión se denomina “de consumo” podríamos decir que consumir, o no consumir, o consumir de una determinada manera, es una forma de participar. Incluso podría decirse, en más de un sentido, que nuestra capacidad de consumir es lo que nos constituye en sujetos políticos. Esto significa que el poder ciudadano se limita al poder adquisitivo. Es decir, que quien no tiene capacidad de acceder a los objetos de consumo no es nadie, es, literalmente, insignificante. Es invisible. Se diría que en la sociedad de consumo el mercado es ahora el auténtico detentador de ciudadanía.

Hoy, los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la sociedad. Las cosas–como dice Galeano—“tiene atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla”. Y las cosas no solamente pueden abrazar, embellecerte, hacerte mejor persona… ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para moverse en una sociedad de clases, llaves de acceso a identidades soñadas. ¿En quién quiere usted convertirse comprando este coche?

El problema es que el acceso a los bienes o a esta forma de vivir y consumir que se ha instaurado en los países ricos no es una forma de vida universalizable, no puede ser para todos…. La quinta parte de la población del mundo consume el 85% de los bienes mundiales y el quintil más pobre ha de conformarse con menos del 2%.

Por otra parte, detrás de nuestras compras y consumos hay una historia personal, cultural, social, económica, política y medioambiental. Están nuestros deseos y necesidades, el entorno social, las condiciones laborales y de vida de quienes fabrican y producen bienes, los recursos naturales gastados, las empresas beneficiadas y su influencia política, los residuos y contaminación generados…. Y con frecuencia escuchamos apelaciones a nuestra condición de consumidores para tratar de transformar el mundo en que vivimos. Se nos recuerda que con nuestras decisiones de consumo contribuimos a generar y perpetuar estructuras opresivas para los trabajadores, o destructivas del medio ambiente, que el que unos pocos consumamos tantos recursos hace que otros no puedan disponer de lo mínimo necesario, que el consumismo fomenta la injusticia y la desigualdad y se nos recuerda que si cambiásemos nuestras pautas de consumo individual orientándolas con criterios éticos y responsables, estaríamos facilitando la formación de un mundo más justo y habitable. Pero este planteamiento no es del todo acertado. Con él se está sugiriendo una salida individual y privada a algo que está reclamando a voces una respuesta colectiva y de carácter público. Si se quiere ser eficaz contra la sociedad de consumo, habría que lograr un status de ciudadano preocupado por las cosas públicas. Ahí es donde también las organizaciones y redes de consumo tendrían que centrar su atención. Menos en lo que un consumidor individual debería hacer (aunque no deja de ser importantísimo que sea consciente y crítico), y centrarse más en lo que –como ciudadanos organizados—pueden exigir políticamente en relación al consumo. En definitiva, exigir el derecho a ser ciudadanos, o sea, a decidir cómo se producen, se distribuyen y se usan los bienes en beneficio de todos, en todos los lugares del planeta, sin orillados y sin excluidos del pastel.

 

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